La primera vez que me nombraron como “experta” en un tema me hundí en la silla de vergüenza, y no, no fue por humildad, fue porque sentí que era una descripción muy ajena y lejana a mí.
Con esa sensación en la guata mi reflexión fue hacia más atrás: ¿con qué ejemplos femeninos crecí?, más allá de mi mamá y mis familiares mujeres, mi único recuerdo fue Gabriela Mistral, a quien conocí en el colegio por ahí por los 6 o 7 años.
Hice la misma pregunta en mi grupo de amigas, aparecieron un par de nombres más, pero ninguna tenía un relato con mujeres referentes en distintas áreas.
Soy periodista con más de 7 años de experiencia y escogí para empezar mi carrera un área muy masculinizada (al menos para esa época) la economía. Para ese entonces solo conocía 2 economistas mujeres y era un orgullo poder entrevistarlas. Hoy ya son muchas más, lo que me llena de esperanza.
Personalmente creo que sí me afectó crecer sin una imagen femenina que me instara a salir de mi zona de confort, a explorar áreas que aún parecen ser muy masculinas, a sentir confianza en mi inteligencia o experiencia en un tema específico y a sacar la voz en el mundo profesional.
Todavía con 30 años me cuesta silenciar el murmullo del síndrome de la impostora, que, ¡sorpresa! es mucho más probable que se presente en mujeres que en hombres.
Pero miro con esperanza que nuestras generaciones están haciendo todo lo posible por divulgar los personajes femeninos que nutren nuestra historia. Que se reivindiquen trabajos como los de Rosalind Franklin, pionera en el descubrimiento del ADN; Katherine Johnson afroamericana que calculó las trayectorias que permitieron aterrizar a los tripulantes del ‘Apolo XI’; Nellie Bly, periodista que logró dar la vuelta al mundo en 72 horas como parte de una investigación para un periódico, etc.
Mi mensaje con esta columna es ir a buscar tu referente a la edad que sea, a no sentir pudor cuando nos mencionen como expertas, especialistas o incluso como referentes de algo.
La historia está en deuda con nosotras, por muchos años mujer fue sinónimo de ausencia en nuestros relatos, y hoy es la oportunidad de llenar esos espacios con las maravillosas historias de mujeres valientes, competentes, especialistas y precursoras que tenemos.
PD: si a ustedes también les ronda el síndrome de la impostora, les recomiendo el libro “El síndrome de la impostora ¿Por qué las mujeres siguen sin creer en ellas mismas?”, de Elisabeth Cadoche.